Esta última semana de vacaciones ha estado muy movida, el internet está siendo bombardeado por noticias y sucesos que le quitan su paz y lo han convertido en un auténtico mar de incertidumbre. Muchos han notado (y sufrido) el reciente cierre de servidores de almacenamiento masivo de archivos, un evento cuyas máximas consecuencias están apenas por verse y que puede cambiar de forma muy radical la forma en que mucha gente venía utilizando el internet en las últimas fechas.
Recuerdo muy bien mi primer acercamiento a internet. Fue en el primer semestre de la carrera técnica, principios del año 1999. Yo no disponía de computadora personal en aquella época, pero en la escuela existía un salón donde podías registrarte y acceder a internet en unas poderosas computadoras con Windows95 o Windows98 por un lapso de 10 o 15 minutos para realizar consultas académicas o culturales.
Un amigo trató de convencerme de que lo más cool que había en el mundo eran las salas de chat y tener tu propia cuenta de correo electrónico. Sin embargo, a mí me llamaba la atención poder ver imágenes y buscar información acerca de las series de animación japonesa (también llamada anime) que me gustaban. Como no contaba con muchos recursos económicos (situación persistente en el presente) estaba limitado a la oferta que me daba la televisión abierta, que por suerte en esas fechas transmitió auténticas joyas como Slayers, Slam Dunk, Saint Tail, Detective Conan, Beta X y cosas no tan buenas como Zenki, Goleadores o Sailor Moon. En aquella época el acceso a contenidos multimedia e imágenes por internet era un auténtico suplicio. Ni hablar de descargar algún video o canción, simplemente era una labor que requería de demasiado tiempo y muchos recursos.
Los factores que más repercutían en la forma en que la gente utilizaba el internet estaban relacionados con las propias limitantes tecnológicas de la época. Las computadoras más comunes eran las Pentium, ya que las más potentes (Pentium III Coppermine) eran demasiado caras. La forma más común de conectarse a internet era por medio de un fax módem de 56 kbps (en el mejor de los casos), a través de un enlace telefónico que en efecto, ocupaba la línea telefónica y la imposibilitaba para recibir o hacer llamadas mientras durara la conexión. Los cuelgues de la línea y las interrupciones en la conexión eran el pan no de cada día, sino de cada hora por lo menos.
Cabe mencionar que el concepto de internet en un solo pago ya existía en aquellos tiempos. El técnico (persona que solía realizar las instalaciones de las computadoras) te proporcionaba un nombre de usuario, una contraseña y el teléfono de Prodigy para que te conectaras. Si la cuenta expiraba, bastaba con comunicarse con el técnico y él te brindaba otra.
Los enlaces por teléfono (llamados vulgarmente Dial up) tenían todos los inconvenientes del mundo. Ocupaban por completo la línea telefónica, eran muy lentos (la velocidad de descarga solía ser de 5.7 [kB/s]) y la conexión se perdía por cualquier cosa: si alguien descolgaba el teléfono, si el servidor de saturaba, si alguien más ingresaba con la misma cuenta que tú, si el viento movía los cables, si caía un rayo en la línea de teléfono (lo que a la postre quemaba el módem), si se te instalaba sin querer un dialer que trataba de conectarse a las Islas Caimán, entre muchos otros eventos, coincidencias y vicisitudes.
Las desconexiones tan frecuentes hacían que descargar contenidos de gran tamaño (en aquel entonces una archivo 5[MB] ya era enorme) fuera una cuestión que requería de un poco de pericia y de mucha suerte. Recuerdo que el primer archivo pesado que descargué de internet fue una página web con fotos de paisajes (en aquél entonces tampoco sabía usar la computadora) que prácticamente llenó un disquete (de los de 1.38[MB]). Después de eso siguió descargar galerías de imágenes de anime desde sitios alojados en Geocities, Galeon e Hispavista.
Posteriormente, ya cuando tuve mi PC, conocí el mundo de los emuladores de consolas. A mí me interesaba en particular el de SNES, y aunque no sabía ni que tenía que hacer para poder jugar los juegos de consola en la computadora, me dí a la tarea de buscar un emulador y sus respectivas roms. El mejor sitio que encontré (con una búsqueda en Yahoo!) fue una página en HTML plano que tenía una breve colección de roms y emuladores en descarga directa. En aquella época se acostumbraba que la gente tuviera una homepage, es decir una página personal. Se sacaba una cuenta con el proveedor que uno eligiera y éste te asignaba una dirección para tu página dentro de su dominio y una cantidad determinada de almacenamiento. No solía existir restricción acerca de los tipos de archivo que podías alojar, pero el espacio de almacenamiento solía ser muy escaso, rondaba de los 10[MB] hasta los 25[MB]. Las páginas, los enlaces y la distribución del árbol de archivos dentro de tu minidominio se hacían a mano, es decir, se confeccionaban las páginas con algún programa en nuestra propia computadora (Frontpage y Notepad eran los más populares) y se subían a internet usando algún cliente FTP.
Para poder compartir archivos más grandes, mucha gente recurría a sacar varias cuentas y vincularlas por medio de enlaces. En ellas almacenaban los archivos comprimidos y partidos con el WinZip, WinRAR o WinACE. Así podías recurrir a algún programa administrador de descargas (como GetRight o GoZilla) para bajar todos los enlaces y después unirlos en tu computadora. Sin embargo, en aquél entonces no solía existir la restricción de tráfico y existía la posibilidad de retomar las descargas si se interrumpía la conexión sin necesidad de pagar por una cuenta Premium ni nada por el estilo. Además, los contenidos solían tardar literalmente semanas en descargarse.
En aquél entonces la gran mayoría de los usuarios que compartía archivos lo hacía por la simple razón de atraer visitas a sus paginas o el placer de compartir. No era común el concepto de sacar provecho monetario de compartir archivos, ya que no existían los métodos adecuados de pago ni cobranza.
Con la popularización de los enlaces a internet de banda ancha, mucha gente comenzó a subir cantidades cada vez más notorias de información y de contenido multimedia. Aún era común compartir contenido por amor al arte, pero cuando llegaron los filehosters, todo eso cambió. El primer filehoster que conocí fue precisamente Megaupload (creo que a mi amigo MaxClowReed y yo nos tocó prácticamente verlo nacer) y era muy ventajoso. En sus inicios no tenia capchas, no tenía límite de tráfico y soportaba reanudación de descargas inconclusas aún sin cuenta premium. Su única limitante era el tamaño de los archivos que te permitía compartir (creo que eran 100[MB]). Esa fue una época muy prolífica, más aún porque la escuela nos daba un acceso a internet tan bueno, que me permitió ver la nada despreciable tasa de transferencia de 2750[kB/s] (equivalente a un enlace de 25[MB]).
Sin embargo todo eso se empezó a degradar con el tiempo. Surgieron las cuentas premium y los programas de recompensa a los uploaders. En sus primeros años de vida, Megaupload ofreció entre sus productos un disco duro externo de 80[GB] (en aquél entonces una verdadera fiera) lleno de pornografía. Así que, a otros con ese cuento de que los de Megaupload son inocentes y desconocen por completo el contenido de sus servidores. La verdad es que estaban bastante bien enterados del material que subían sus usuarios.
El programa de recompensa motivo a que mucha gente subiera grandes cantidades de archivos e hizo crecer la popularidad de los filehosters, ya que se trataban de un negocio redondo. Los filehosters por una parte recibían ingresos por la venta de cuentas premium y la publicidad, los uploaders recibían recompensas monetarias o puntos por la popularidad del contenido que aportaban y los usuarios tenían acceso fácil y prácticamente instantáneo a contenido que de otra forma era complicado de obtener.
Ese sistema fácil de obtener contenido se ha visto comprometido con los sucesos ocurridos en los últimos días (el cierre o la imposición de restricciones en muchos filehosters). Por una parte, gran cantidad de páginas y blogs se quedaron de la noche a la mañana sin contenido (en muchísimos casos, ni un solo contenido). Eso desanima y deprime a la gente, muchos administradores de sitio anunciaron de inmediato que abandonarían sus páginas y blogs, otros tantos decidieron tomarse un descanso mientras analizaban la situación y sólo una mínima parte a mostrado entereza y a continuado. Lo que si me da tristeza es que muchísima gente que abandonó sus páginas argumentó que lo hacía por la falta de la retribución monetaria que le representaba compartir archivos. Siendo esa la circunstancia, se ve complicado que las cosas vuelvan ser como solían hace apenas unas semanas.
A mi parecer se desvirtuó el hecho de compartir archivos, que se convirtió en una venta disfrazada de contenido. En ese caso, lo pagaban directamente los usuarios que compraban cuentas premium e indirectamente las empresas que se publicitaban con los filehosters. Viéndolo así, no resulta muy diferente a comprar discos en los mercados sobre ruedas.
Habrá que estar muy atentos a lo que venga en el futuro. Sin embargo tengo la certeza de que las cosas han cambiado y que muchos usuarios batallaremos no tanto para descargarnos música, juegos, programas y películas, sino para encontrar información. A mí me afecta de forma muy grave en mis investigaciones académicas y en mis proyectos personales. Muchos libros y documentación a la que no puedo acceder en mi país, pude obtenerla gracias a la masificación del intercambio de archivos. Además, jamás he descargado algo en perjurio de otra persona.
En otro tema aparte, pero que de cierta manera se vincula a lo anterior (porque afecta a internet) tenemos los "tratados internacionales" y "leyes de protección" que tratan de dar a los gobiernos las herramientas necesarias para colonizar internet. A muchos organismos públicos se les olvida que su razón de existir es buscar el bien común. Me pregunto si al intentar censurar, vigilar, ultrajar e invadir al internet y a sus usuarios están de verdad buscando el bien común.
¡Feliz 2021! El retorno del debraye pandémico (Edición "Rompemuros").
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